Miguel Ángel Velázquez
La palabra de Blake. El capricho de Lozano.
La mañana de ayer las llamadas telefónicas, los correos electrónicos y las citas para reuniones urgentes, eso que se ha dado en llamar luces de emergencia, se prendieron en las oficinas del gobierno de la ciudad. La razón: el SME vuelve a la carga, y algo más, más grave: el secretario Blake, el secretario de Gobernación, está a punto de perder su primera gran batalla. Javier Lozano se niega a cumplir el acuerdo con el que concluyó la huelga de hambre de los trabajadores del sindicato de electricistas.
Pasó más de un mes. En las oficinas de Bucareli, el secretario de Gobernación se levantó de la mesa para ir a Los Pinos, requería del visto bueno de Calderón para amarrar el acuerdo. Habría “toma de nota”, instrumento que se requiere para reconocer legalmente los liderazgos sindicales. El gobierno se comprometía a dar certeza a la dirigencia de los trabajadores.
Blake regresó, entonces, con buenas noticias. Si se levantaba la huelga se pagarían las prestaciones que no se dieron en 2009 a quienes no hubieran aceptado la liquidación, y lo de la toma de nota caminaría sin mayor problema. Sólo era la promesa, la palabra de quien se encarga de los asuntos de política interna del país, pero Javier Lozano ha ido impidiendo que se cumpla lo acordado, porque sabe que el liderazgo del SME quedará en manos de quienes han sido víctimas de sus caprichos y su autoritarismo. La alternativa, ahora, parece ser una nueva elección.
A estas fechas, más de 18 mil trabajadores que no aceptaron la liquidación que propuso Lozano siguen dentro del sindicato y son, sin duda, los que podrán votar. Los otros, los liquidados, perdieron sus derechos. El sufragio entonces no puede ir en ningún otro sentido que no sea en favor de Martín Esparza. Lozano lo sabe y no encuentra la forma de impedirlo, pero las elecciones tendrán que celebrarse a más tardar en 20 días, a menos que el golpeador de Los Pinos encuentre alguna argucia, legal o ilegal –eso le tiene sin cuidado–, para impedirlo.
Los trabajadores saben de lo que es capaz Lozano, pero el que parece ignorar esos alcances es el secretario de Gobernación, que lo que sí tiene muy claro es que un funcionario de su nivel, es decir, un político en su encargo, que no tiene palabra, ya no tiene nada; cosa de preguntarle, por ejemplo, a Gómez Mont, que perdió credibilidad, fuerza y hasta el empleo por las intrigas de Lozano, según nos cuentan, en su afán desmedido –el de Lozano– por llegar a la Secretaría de Gobernación.
Por eso, frente a la posibilidad del fracaso de Blake, los sindicalistas arrecierán las manifestaciones de descontento por el engaño y mantendrán a la ciudad en constante jaque. A eso no puede ser ajeno el gobierno de la ciudad, porque es aquí donde esas demostraciones tendrán efecto.
Ayer apenas se empezó. Al paso de los días las acciones se irán radicalizando y será la ciudad la que sufra las consecuencias del capricho de Lozano, pero frente al país nadie podrá confiar en adelante en el secretario de Gobernación; su palabra no valdrá nada, y el caos seguirá reinando, aunque habrá quienes, para proteger sus intereses, saldrán a culpar otra vez a los trabajadores. Así se cuecen estas habas.
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